domingo, 23 de mayo de 2010

Otoño

Hojas caídas y secas, correr por el patio pisarlas escuchar el crujir de las hojas. Crujir que te delataba cuando jugábas a las escondidas o cuando te acercábas sigiloso, cual gato para atrapar a su presa, a la chica rubia de la infancia. Te acercábas desde atrás para taparle los ojos, buscando una excusa tonta para rozarle el rostro, para sentir de cerca ese perfume, para jugar con sus pelos y dejar que el calor de tus manos se traspase a su nariz un tanto fría y roja… y ahí estaban las hojas, separándote de ella.
y luego vino la tarde en la que se callo de la bici… vos viste que fue a propósito pero no te importo, ella también te quería y también buscaba excusas para que la acaricies, estabas limpiando con agua esa rodilla apenas lastimada, estabas acariciando su rodilla mientras jugabas a ser doctor.
Después…

jugar a la escondida y que te siga
y dejar que la sigas.
Escuchar sus secretos y sentir su boca tibia en tu oído

Buscabas compartir la taza y observabas en detalle donde ella apoyo sus labios para tomar la chocolatada y vos los apoyabas en el mismo sitio para sentir en tus labios la tibieza de los suyos…
pero el otoño paso, crecieron,
Vos te quedaste en tu mundo.
Ella se quedó en el suyo.

las realidades los separaron…

Y sin embargo, cada vez que el otoño llega; cada vez que salís al patio a buscar hojas secas para hacer la tarea de tus hijos; aún hoy después de tanto tiempo, cada vez que escuchas el crujir de las hojas tus pelos se crispan y se te acelera el corazón, te quedas inmóvil unos segundos esperando ingenuamente que sea ella quien te abrace por la espalda. Que sea ella, como vos fuiste hace ya 30 años, quien camine sigilosa por detrás y pose sus manos en tus ojos, y pregunte con sus labios cerca de tu oído: – ¿Quién soy?

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