domingo, 8 de agosto de 2010

Barquitos de papel

Cuando los restos de chocolatada eran los que dibujaban el bigote en mi cara; cuando la lluvia nos privaba de salir a jugar al patio y los vidrios de la ventana quedaban empañados por dentro pero, empapados por fuera; cuando el televisor quedaba prendido aunque sólo se veían manchas negras, grises y blancas y la puerta quedaba hinchada y abierta por la humedad de la madera; cuando afuera sólo se escuchaba el ruido a lluvia, y el olor a perro mojado empezaba a impregnarse en los sillones; en esas tardes los lápices de colores quedaban desparramados en la mesa y, debajo de ellos, un dibujo a medio terminar, junto con la tarea para el tercer grado, aún sin hacer justo después de que las gotas dejaban de chapotear en el agua y la propuesta a ver la inundación en la avenida, se volvía inevitable. Antes de salir agarrábamos una hoja de cuaderno para luego doblarla a la mitad, llevar un vértice hacia el centro, y luego el otro, y doblar una vez más, y luego otra por aquí y allá cuidando cada uno de los pliegues, era la hora de los barquitos de papel después de la lluvia. Salía con los pies descalzos para no mojar el calzado, el jogging arremangado para no ensuciarlo, y sin embargo el metro veinte de altura hacía que, inevitablemente, me empape hasta las rodillas.
Veíamos como el agua marrón pasaba entre nuestras piernas y como flotaba sobre ellas un pedazo de botella, una hoja, un palito de algún árbol, caminábamos lentamente para evitar resbalarnos, sentíamos los pies fríos y, a su vez, el barro que nos hacía cosquillas, hasta que de repente sucedía lo que estábamos esperando: Un auto que se aproximaba y nosotros que aprovechábamos el envión para soltar a nuestros barquito con el primer impulso de las olas y luego la carrerita interminable. Los veíamos evadir obstáculos por el costado del cordón, los veíamos alejarse, humedecerse e hundirse, los levantábamos una vez, los sacudíamos y los volvíamos a apoyar cuidadosamente en el río, corríamos unos metros a socorrerlos hasta que, uno a uno, iban hundiéndose y desapareciendo.

Aquella vez nos quedamos hasta que se hizo de noche, hasta que el frío nos arranco un estornudo, pero no importó porque para ese entonces la tarde, junto con la infancia, se nos había pasado en un suspiro.

Música: Barquito de papel, Serrat.

5 comentarios:

  1. Me crees si te digo que me arrancaste un lagrimón? QUE lindos recuerdos me trajiste.
    Es cierto. Suspiré y llegué al hoy.

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  2. Si lola, si! Le creemos...

    Ahora la invitación es a que en la próxima lluvia no te protejas con un paragüa (invento inútil como pocos) y salgas a caminar bajo la lluvia a esperar (hoja seca en el bolsillo del sobretodo) a que la lluvia cese, para luego, dejar esa hoja convertida en barquito que se aleje por el río y que con el, se vayan aunque sea unos minutos, las obligaciones del día.

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  3. explicar con palabras de este mundo
    que partió de mí un barco llevándome

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  4. Me encantó lo que escribiste, me hizo acordar y mucho a cuando era chico y mi vieja vivía retándome porque para mí nunca existió eso de meterme abajo de un techo cuando llovía.

    Simplemente seguía caminando muy despacio y disfrutando mojarme por más fría que haya sido la lluvia.

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