lunes, 30 de agosto de 2010

curiosidad no instruida (8/8)

El vino a medio tomar, los platos todavía sucios en la cocina, las migas del pan ensuciando el suelo junto con tu remera puesta de manera inmejorable tras el respaldo del sillón, encabezan la lista de cosas poco cotidianas en mi monoambiente.
Junto a tu remera, pero más a la derecha, debajo de la biblioteca y tras la ciega mirada de Borges, yace inmóvil una de tus medias aún húmeda. Está aplastada contra la solapa de un libro de historia.
Tuvimos que esperar a que el día termine para que todo comience realmente. Entre besos aún desordenados y caricias tibias tu ropa se acumula en el piso, la soledad es menos amarga y empiezo a descubrir cómo se siente tu mano caminar por mi espalda. Todo comienza realmente. La luz del velador se apaga, la luz de la calle nos alumbra, el recuerdo de mí en soledad desaparece.
El tiempo se me va de las manos y por fin llega el momento en que tus ojos hinchados, tu nariz roja y tus manos frías me reciben.

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